La Foto. Esa Foto.

La Foto. Esa Foto.

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Todos tenemos un grupo de fotos que son "las fotos". Son las fotos por excelencia, las que te transportan inmediatamente al momento en el que se hicieron, las que te sacan una sonrisa de esas que terminan en carcajadas al verlas. En muchas de esas fotos no saldrás todo lo estupenda que eres, quizás lleves esa camiseta horrible que sólo te pones cuando no te queda ropa sin planchar y no te apetece encender la susodicha, casi seguramente será una foto de esas improvisadas, una de esas fotos que cuentan momentos, que te cuentan momentos.

No hace mucho alguien me dijo que una de las cosas que más le gustaban de mi era que en todo había un porqué, todo llevaba a algo y en las fotos no iba a ser menos. Me gustan, que digo me gustan, me chiflan las fotos que cuentan una historia. Me pasaría horas y horas viendo esas fotos que esconden mucho detrás, esas que no serían la foto que son sino fuera por todo lo demás. Y me rechiflan las fotos que esconden historias que sólo entienden los protagonistas, esas historias que ves reflejadas en sus caras cuando ven las fotos y no les queda más remedio que contártelas porque se nota, hay algo detrás.

Hay fotos de estas en las vacaciones, en las cenas con los amigos, en esos ratitos en el bar de abajo, en las fiestas del barrio y, cómo no, en las bodas. Y hoy vengo a eso, a compartir con todos vosotros una de las fotos por excelencia de nuestra boda, de nuestro postboda. Una de esas fotos con mucho detrás, una de esas fotos que hace que cada vez que la vemos nos choquemos las cinco. (a mis 30 soy muy, muy aficionada a obligar a los demás a chocar las cinco en cada celebración!).

La foto. Esa foto.

¿ Por qué es tan especial está foto? Voy a explicarla con esas 6 preguntas...

¿Quién? Cuando se saco esta foto estábamos mi chico y yo, mi amigo Illán, Covadonga, una de las mejores jefas que se puede tener en la vida, Arturo y Sara de Utopía Producciones grabándolo todo y Nuria Fernández detrás de su Canon para capturar este momento.

¿Dónde? En el edificio más antiguo de LLanes, mi(nuestro) lugar favorito del mundo, el Casino. En la planta tercera, donde se ubica el Espacio Joven.

¿Qué? Una partida de futbolín entre dos. Un mano a mano.

¿Cuándo? En nuestro postboda, el 27 de Septiembre de 2012.

¿Por qué? Aún recuerdo la ilusión que me hizo aquel mail de Covadonga diciéndome que teníamos permiso para realizar fotos en el Casino. Aquel lugar había empezado a ser especial para mi a finales del 2009, cuando abrí por primera vez aquellas viejas puertas y pise aquel suelo de película de miedo. Desde el primer día, aquel "Espacio Joven" se había llenado de vida y yo viví grandes momentos y conocí a grandes personas, esos adolescentes con los que pasaba mis fines de semana y que seguirán siendo mis adolescentes aunque estén en tercero de carrera.

Con ellos jugué a mil y un juegos de mesa, realizamos DIY entre bolsas de pipas y latas de coca cola, veíamos películas (gracias Kike!) los domingos y cuando comenzó la aventura de la boda leíamos alguna que otra revista. Trabajar los fines de semana a 100km de mi casa fue mucho más fácil con ellos.

Ellos jugaban conmigo a ver quién me mataba primero en el CallOfDutty, ellos jugaban a ganarme al SingStar (aunque reconozco que no tenía mucho mérito), ellos me contaban sus amores entre hamburguesas y ellos, ellos me pegaban auténticas palizas al futbolín hasta que le pille, un poco, el tranquillo.

Ellos eran los que decían que quién perdía una partida sin haber metido un gol pasaba por debajo. Y pasé, vaya si pasé! Pasé frente a los mayores y también con los más pequeños...

Por eso, el día de nuestra postboda, en aquel lugar, no podíamos no jugar una partida al futbolín. Y reconozco que no gané a mi chico sin que me marcará ninguno pero si que le dije ¡ahora pasas tú por debajo!

¿Cómo? Y allí, nosotros dos jugamos al futbolín dónde tantas veces yo había jugado y nos olvidamos del vídeo y de las fotos. Y allí, en mitad de mi celebración como justa vencedora, nació esta foto. Ahí estaba yo, riéndome, girándome, levantando los brazos, gritando, levantando mis pulgares... Ahí estaba Kike, cumpliendo con su castigo, pasando por debajo del futbolín con una clase y estilo que ya hubiera querido yo y sacándome la lengua mientras yo me reía más y más.

Minutos después, cerrábamos aquella vieja puerta y yo pisaba por última vez aquel suelo de película de miedo. Se había terminado una de las mejores etapas (laboralmente y personalmente hablando) de mi vida y no podía hacerlo de mejor manera, que vestida de novia y acompañada de mi ya marido.

FOTOGRAFÍA: Nuria Fernández

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